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Artículos de Inteligencia Emocional

Tiempo de calidad (I): El ABC para ser una familia feliz

Tiempo de calidad (I): El ABC para ser una familia feliz

Por Sandra Méndez

Cuando escuchamos a diferentes profesionales comentar la importancia de buscar un tiempo de calidad para compartir con nuestros hijos, no se están refiriendo a que debamos establecer unos períodos en los que entregarnos en cuerpo y alma a ellos y, después, volver al estado inicial sintiéndonos liberados, como si ya hubiésemos cumplido.

No.

No se trata de fijar espacios concretos de calidad, sino de aprovechar el (poco) tiempo del que disponemos para que éste sea lo más provechoso posible, dentro de las posibilidades de cada uno, ya sea conduciendo, preparando la cena, jugando o vistiéndolos.

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Porque importa más la calidad que la cantidad. Aunque suene a tópico, es así.

El ajetreo de la vida que llevamos hace que, muchas veces, veamos la educación de nuestros hijos como una gran cuesta hacia arriba, con mucha pendiente. Para que exista un cambio, primero debemos convencernos de que éste es posible, de que después de la cuesta, viene llano. Reorganicemos nuestras agendas, si somos capaces de organizarnos en el trabajo, ¿por qué no íbamos a ser capaces de hacerlo en casa?

Con los siguientes consejos lo que pretendemos es ayudarte para que empieces a vislumbrar ese ansiado cambio que crees necesario y que hará que te sientas mejor con tus hijos y contigo mism@.

Comenzaremos por algo más general pero básico, el «abc» de cómo tener una familia feliz sin morir en el intento:

1. Para poder ofrecer lo mejor de ti a tus hijos, primero debes sentirte a gusto contigo mism@. No te culpes por creer que no les estás dedicando tiempo suficiente o por pensar que no lo estás haciendo correctamente. No construyas en tu mente una imagen idealizada de lo que sería la madre o el padre ideal, pues no hará sino caparte como persona, cortarte las alas y frustrarte por no conseguir alcanzar lo que no existe.

restauranteFotografía: Danielle Guenther

2. Cada madre o padre es diferente. No cometas el error de compararte con el resto. Confía en ti, no temas por las evaluaciones de los demás y cuidado con exigirte más de la cuenta. Si educas desde el amor y el respeto, entonces lo harás bien, no te angusties por ello.

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3. Asume que nadie es infalible, que precisamente por el hecho de ser humanos, nos equivocamos. Lo que verdaderamente importa es aprender de nuestros errores y tratar de corregirlos en futuras ocasiones. Aceptar que no puedes saberlo todo hará que te sientas más relajad@.

En el siguiente post entraremos más a fondo en el funcionamiento diario con los niños. Hasta entonces, ya tienes algo para poner en marcha desde hoy mismo, ¡ánimo!

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Cómo elaborar una economía de fichas eficaz en la educación de tu hijo

Cómo elaborar una economía de fichas eficaz en la educación de tu hijo

Por David Pulido

Padres desesperados con sus hijos que acuden a consulta y dicen eso de: “hemos intentado eso que sale en la tele de la cartulina con puntos y con este niño ese truco no sirve”.

Gracias a los medios de comunicación se han hecho muy conocidas en los últimos años estrategias para modificar comportamientos en niños. La citada “cartulina con puntos” es una técnica muy conocida en modificación de conducta llamada economía de fichas que consiste básicamente en dar puntos al niño al realizar ciertos comportamientos que podrán canjearse por un premio.

Un problema recurrente en la popularización de la psicología es que se acaba perdiendo la fundamentación teórica que sostiene una determinada técnica. La economía de fichas no es un truco o un remedio comercial sino que está basada en los principios del condicionamiento operante que establece científicamente cómo se modifican las conductas. Por tanto, si “no funciona” es que no estamos entendiendo el problema de nuestro hijo o no estamos aplicando de manera adecuada la técnica.

Una economía de fichas exitosa necesita de un diseño adecuado

La economía de fichas es muy útil ya que al establecer las conductas objetivo podemos evaluar y registrar el avance, al utilizar un sistema de puntos podemos tener reforzadores inmediatos e infinitos y además implicamos al niño en la consecución de sus logros. Pero no es tan simple como copiar lo que hemos visto en la tele o hacer un catálogo de conductas y premios. Una economía de fichas exitosa necesita de un diseño adecuado que siempre ha de seguir los siguientes puntos clave:

A la hora de elegir las conductas a realizar

  • Conductas operativizables: Las conductas tienen que ser concretas y perfectamente identificables para determinar si se han cumplido o no: “Portarse bien” o “ser cariños” son confusas y ambiguas: Usaremos mejor “permanecer sentado a la hora de comer” o “dejar mi muñeca a mi hermana”
  • Conductas alcanzables: Las conductas, obviamente, han de ser posibles de realizar para su edad y circunstancias. Pero también tienen que estar dentro de su repertorio de aprendizaje. No podemos pretender que un niño que jamás se ha vestido solo lo haga de golpe o que una niña que ha suspendido siete ahora apruebe todas. Por eso reforzaremos conductas que se aproximen a esa meta, como “ponerse la camisa y el pantalón” y cuando ya lo hayan conseguido pasaremos a un nuevo nivel de consecución.
  • Pocas conductas: Es mejor establecer tres o cuatro conductas como máximo. No solo por la dificultad para él sino porque olvidamos que para los padres también es un proceso que requiere paciencia y sistematicidad y no podemos abarcar tanto.

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A la hora de asignar y dar los puntos

  • El punto es inmediato: La gran ventaja de este sistema es que podemos reforzar de manera inmediata con algo simbólico (puntos en una cartulina, fichas que se guardan en una cajita, pegatinas en un corcho…) la conducta que acaba de ser realizada de manera correcta y que si usáramos reforzadores reales (golosinas, cuentos…) no siempre podríamos o deberíamos. Por eso no se puede perder esta inmediatez. Padres que traen a consulta los registros a medias o le dicen al niño que le deben 15 puntos de la semana pasada, no han entendido qué es una economía de fichas.
  • Sistema simple: Puede existir diferentes valores asociados a diferentes conductas (1 punto por lavarse los dientes, 2 por recoger el desayuno…) pero tiene que seguir un sistema simple y no un código numérico que nos acabe perdiendo y al niño tentando a hacer sólo las conductas que le salgan más a cuenta. También hay que tener cuidado con dar “medios puntos” por conductas hechas a medias. Es mucho más eficaz premiar primero por hacerlo regular y luego subir el nivel, como se mencionó antes.
  • Siempre en positivo: Uno de los errores más comunes es establecer un sistema paralelo de penalización y restar puntos si no se consiguen conductas o para castigar otros comportamientos. Está probado que reforzar la conducta adecuada es más eficaz que castigar la inadecuada pero, además, en un sistema de puntos, irlos restando acaba desvalorizando los logros y haciendo que el niño pierda interés.
  • Acompañar el punto de otros refuerzos: Simultáneamente al darle el punto, es imprescindible que le felicitemos verbalmente y con algún gesto afectivo. Estos cumplidos, al asociarse al punto, irán adquiriendo el valor de refuerzo que en muchos casos habían perdido. El punto es provisional, el “muy bien” es para toda la vida.
  • Repaso de los puntos: En una hora fijada, normalmente al acostase, se hará un repaso de los puntos que haya obtenido de manera inmediata a lo largo del día, motivando al niño y haciendo un recuento con los más pequeños sobre cuánto les falta para conseguir su premio.
  • Acotar los puntos: No todo vale puntos a partir de ahora: Solo las conductas que hayamos acordado. Hemos de resistir la tentación de darle puntos al niño cada vez que queramos que haga algo, o conseguiremos que el niño aprenda a negociar todo a cambio de puntos y dejando de perseguir los objetivos propuestos. De igual manera es útil no hablar del recuento y de los premios más que a la hora fijada.

A la hora de elegir los premios

  1. Un abanico de premios deseados: Es bueno que el niño elija, guiado por los padres, los premios a los que pueda tener acceso y que tenga varios, de diferente valor, para elegir según los puntos que vaya alcanzando.
  2. Fáciles de conseguir: Deben existir premios “baratos” que el niño pueda conseguir pronto con pocos puntos para que entienda perfectamente el valor de los mismos y disfrute de su ganancia. En niños más mayores se puede designar un premio final de gran cantidad de puntos pero siempre es importante que existan premios intermedios y que no pase demasiado tiempo sin conseguir alguno o se desmotivarán.
  3. Premios específicos para el juego: Los premios que se elijan no pueden ser conseguidos por otros medios o los puntos no significarán nada. Por eso hay que tener cuidado de no pillarnos los dedos y especificar un premio que luego queramos darle por otra razón o que necesite tener pronto. También hay que tener cuidado con los cumpleaños y las Navidades ya que el niño estará saciado de regalos y no muestre tanto interés en conseguirlos.
  4. Premios no materiales: Los premios no tienen que ser sólo regalos, pueden ser actividades, caprichos, situaciones especiales, como ir toda la familia al zoo, quedarse a dormir con los primos o hacerle su comida favorita, siempre que tengamos en cuenta todo lo anterior.

¿Y si aún así no funciona? Probablemente no estamos teniendo en cuenta otras contingencias que están operando más potentes que el punto o los premio. El caso más típico es la atención parental: el estar detrás de un niño que no hace los deberes toda la tarde puede ser más reforzante que el tener un punto para conseguir un muñeco al cabo de una semana.

También podemos encontrarnos un problema que no está mantenido por el condicionamiento operante. Por eso es mejor acudir a un profesional.  

Cuando el niño ya hace de continuo la conducta no es necesario seguir reforzándole salvo con nuestras palabras y gestos afectivos

¿Hasta cuándo hay que reforzar? Cuando el niño ya hace de continuo la conducta no es necesario seguir reforzándole salvo con nuestras palabras y gestos afectivos, que no dejaremos de dárselos. Además, la realización de esa conducta deseable conllevará sus propias ganancias: “sentirse mayor”, “que me felicite la profe”, “descansar mejor”… El niño ya ha aprendido que esa conducta es reforzante en sí, sin necesidad del refuerzo extra del punto. Es útil ir desvaneciendo la técnica poco a poco, usando cada vez refuerzos más globales y espaciados en vez de cesarla de golpe. Puedes ver un vídeo sobre cómo hacer un programa de refuerzo aquí.

¿Por qué es tan importante el papel de los padres? Por sorprendente que resulte, lo más relevante no es que el niño entienda y aplique la técnica. Sólo el hecho de que los padres entiendan la economía de fichas ya cambia las cosas en casa. Unifican bajo un mismo criterio qué le piden al niño y concretan de manera objetiva sus avances y sus dificultades, se obligan a reforzar de manera sistemática, independientemente de sus despistes o estados de ánimo y además de compartir con su hijo sus triunfos, acaban convirtiéndose ellos mismos en los más potentes reforzadores de las conductas de los pequeños.

 

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Mi hijo/a está estresado/a

Por Sandra Méndez

«…no descansa lo suficiente. Duerme mal por las noches», «protesta por todo, salta a la primera…», «…cada vez le cuesta más concentrarse». Hoy en día, los niños están sobreestimulados. Son muchos los recursos y la información que tenemos a nuestro alcance. Suelen estar siempre ocupados haciendo cosas y no saben estar sin hacer nada, simplemente descansando. La mayoría de ellos no duerme lo suficiente y van acumulando un cansancio tal que les impide rendir lo necesario, tanto en el colegio como en su vida personal. Cuando estamos cansados, solemos perder nuestro buen humor, la paciencia y hasta la capacidad para concentrarnos. Los niños no son una excepción.

Es importante que jueguen, sean activos y liberen energía, pero también necesitan momentos de relax en los que calmarse, relajarse y descansar. Muchos no tienen los recursos necesarios para ello. Por eso, hay que enseñarles cómo hacerlo. En los más pequeños, la relajación se inicia básicamente como un juego. Pueden aprender a relajarse mediante actividades que promueven la tranquilidad y disminuyen el estrés y la ansiedad.

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Si enseñas a tu hijo/a a relajarse desde pequeño/a, acabará convirtiéndolo en un hábito que le será de mucha utilidad en su día a día. A medida que vaya creciendo, tendrá un recurso más para poner en marcha cuando necesite disminuir tensiones, reaccionar con calma y afrontar con mayor eficacia situaciones que le generen estrés.

¿Qué puedo hacer para que aprenda a relajarse?

Te damos algunas claves:

  • Trata de buscar un momento tranquilo para estar juntos. Sin prisas, sin interrupciones.
  • Utiliza un tono de voz bajo, calmado. No hay lugar para los gritos.
  • Buscad un lugar agradable y colocaos en una postura en la que estéis cómodos, ya sea tumbados o sentados.
  • Utiliza una luz tenue, suave. También puedes emplear velas.
  • Ponle una música relajante (el sonido de las olas del mar, la lluvia, etc.).
  • Cerrad los ojos y viajad mentalmente al lugar que más calma os produzca. Si no imagina ninguno, descríbele con detalle un lugar relajante durante unos minutos.
  • Respirad profundamente unas cuantas veces.

Como ves, el contexto es fundamental para propiciar la relajación. Estos son sólo algunos trucos que nos sirven para que se familiarice con ella. Si quieres conocer los juegos que utilizamos para los más pequeños, descárgate el videojuego Gomins, con el que podrás evaluar a tu hijo/a y Gomins Viewer for Parents para tener acceso a todos estos recursos. Encontrarás más de 200 actividades para jugar en familia mientras mejoras la Inteligencia Emocional de tu hijo/a.

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Superdotados, un cerebro por atender

Por Ángel Peralbo

Muchas veces nos olvidamos de esos críos que parece que lo saben todo y que lejos de ser así, es frecuente incluso que en realidad necesiten más atención, recursos y estrategias para su adecuado desarrollo, en un mundo que les exige como al que más y que crea unas altas expectativas sobre quien presupone que por tener un coeficiente intelectual de más de ciento treinta ya lo tiene todo hecho.

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Si nos atenemos a lo que ocurre al principio, vemos que en muchos casos los padres asisten a la paradoja de que a pesar de que su hijo es muy inteligente, lo que les dicen desde el centro educativo es que no atiende, que no quiere trabajar, que lo que quiere hacer es solo lo que decide hacer, etc. Son muchos los niños que aún siendo muy talentosos no sincronizan su potencial con el ritmo esperado en clase y lejos de destacar y conseguir los objetivos curriculares de forma adecuada, no arrancan o lo hacen en dirección contraria o en el mejor de los casos, brillan frente a lo que les gusta y fracasan en relación a lo demás. Utilizo deliberadamente la palabra “fracasan” porque se utiliza frecuentemente y lo hago para recalcar que debería de estar prohibida o al menos, su uso tendría que permitirse exclusivamente a partir de cierta edad, quizá en torno a los ochenta y cinco años, edad a la cual se podría empezar a hablar de fracaso y esto es cuestionable incluso. Considero que es un término que apunta demasiado a la idea de “no haberlo conseguido” frente a lo que pienso que en realidad debería dirigirse, la idea de que aún está en proceso de conseguirlo y hay que buscar la manera de que así sea”. Pero se denomine de una forma u otra, la cuestión es que en muchos de estos casos el sistema no funciona y es esa una primera etapa a la que en mi opinión, hay que atender de manera prioritaria.

¿Cuándo podemos saber si se trata de un niño superdotado?

La idea es que en cuanto tengamos sospechas de que puede ser así o por supuesto, cuando aparezcan dificultades que indiquen una falta de adaptación al ritmo esperado, es conveniente hacerle un estudio para conocer con la adecuada precisión, su potencial y sus capacidades y así poder plantearnos qué recursos son los más adecuados para poder solucionar los problemas que se estén evidenciando y facilitar un desarrollo, tanto académico como personal, en la línea de lo que necesite. Y una vez más aquí es necesario que hagamos un esfuerzo por liberarnos de ideas como: “es pronto para saber su potencialidad, hay que esperar” o “ya se motivará, paciencia”.

Cuánto antes sepamos, antes actuaremos en consecuencia.

Esperando, esperando, en mi experiencia con adolescentes que no consiguen unos buenos resultados, en muchas ocasiones ni siquiera “unos mínimos resultados” veo un importante porcentaje de ellos que ni siquiera conocen sus capacidades, más allá de unas evaluaciones colectivas donde el resultado ha sido: “es un chico/a listo/a”. Esto sí que es un fracaso, pero del sistema que permite que el adolescente esté desorientado y que lo único que reciba es la vaga idea de: “es un vago y en realidad no trabaja porque no le gusta o no quiere”. Obviamente en ciertos casos es así pero los profesionales no tenemos ninguna duda a la hora de identificarlos, por lo que sorprende más que estos casos lleguen a los catorce años en esas condiciones.

Cuando ellos y ellas conocen cuál es su potencial, cuando los padres empiezan a encajar las piezas del puzzle y consiguen entender lo que durante algún tiempo han intuido y cuando los educadores tienen un informe que les ayuda a comprender lo que de verdad ocurre, sin juicios aproximados ni intuiciones sin rigurosidad, las cosas comienzan a ir en la adecuada dirección.

¿Qué podemos hacer en esta etapa?

Una vez que conocemos bien la potencialidad del niño/a ya podemos buscar los recursos formativos, como cuando conocemos la talla que usamos que buscamos una prenda y por mucho que nos empeñemos si no damos con ella o no entra o sobra. Y me refiero tanto a recursos educativos como familiares o sociales.

En cuanto a recursos educativos no nos podemos quedar en la idea tan primaria de que si es tan bueno el chico/a cómo que no llega al nivel de la clase? Hemos de plantearnos por qué ocurre esta cuestión de tal manera que a nada que lo enfoquemos en esa dirección descubriremos las razones para que se aburra o para que llame la atención constantemente o para que presente problemas frecuentes de conducta. De igual forma que no dudamos a la hora de plantear ayudas y refuerzos escolares para los alumnos que no llegan será importante ajustar el nivel de exigencia para estos otros.

En cuanto a recursos familiares, he de decir que por experiencia el solo hecho de que los padres conozcan bien las características de su hijo, ayuda mucho a ajustar las expectativas y tranquiliza bastante, si bien, no es suficiente para que sepan manejar las diferentes situaciones típicas que se les pueden presentar y mucho menos para aprender a entender y sobre todo a tratar a sus hijos que tienen estas características. Por ejemplo, uno de los grandes hándicaps que presentan los niños/as superdotados es que frecuentemente sienten que no les entienden y se sienten “raros”. Pues bien, para los padres es importante la asistencia a talleres donde les expliquemos estas y otras cuestiones ligadas a la superdotación.

Por último es importante hacerse cargo de las dificultades que a nivel social les puede suponer el tema y así es frecuente que puedan tener diferencias con sus compañeros de clase, dados los distintos intereses que pueden presentar y las diferencias precoces que se pueden observar. Esto se puede traducir desde la falta de amigos hasta tenerlos pero pocos. Algo también que me encuentro frecuentemente con algunos adolescentes superdotados es que sus padres se quejan de que no salen o de que apenas tienen amigos. Y la cuestión es que durante años lo que han hecho, puesto que también son bastante selectivos, es que mantienen dos o tres amigos y piensan que ya les sobra, por lo que no sienten ninguna necesidad de relacionarse a mayor escala. Aquí nuevamente hay que apelar a la idea de intervenir cuanto antes y el mejor recurso sin duda es el taller de habilidades sociales donde les ayudamos a mejorarlas junto a compañeros y compañeras de su misma edad. Me gustaría incidir en la idea, a mi juicio equivocada, de que los niños superdotados no tienen empatía o cosas por el estilo. En realidad sí pueden tener en ocasiones una alta sensibilidad social pero pronto aprenden a detectar diferencias que muchas veces perciben como rechazo o incomprensión por parte de los demás y desarrollan cierta protección, lo que supone un alejamiento progresivo de las relaciones sociales convencionales, más allá de los que identifican como ellos/as, con quienes sí se suelen relacionar más y mejor. Hay que devolverles y entrenarles en el uso de estrategias sociales eficaces y adaptativas para que se puedan relacionar con éxito y así puedan tener un desarrollo adecuado y positivo.

 

Será una etapa en la que nos tenemos que encargar de que sean felices, tengan éxito y se preparen para su futuro desarrollo profesional en el que las empresas también se tendrán que hacer cargo de las necesidades que puedan tener y de lo que de ellos puedan esperar, que resulta ser altamente interesante.

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Adolescencia: ¿Por qué esta etapa es tan difícil?

Por Aroa Caminero

Que la adolescencia es la edad del pavo es un tópico, pero lo que sí es un hecho es que la adolescencia es un periodo más difícil que el resto de etapas vitales en el que suele haber más problemas que en otras edades.

Aunque la regla general es que la mayoría de los adolescentes termina desarrollándose adecuadamente y se convierten en adultos bien integrados en la sociedad, la evidencia científica ha demostrado que durante esta etapa aumentan significativamente los conflictos con los padres, la INESTABILIDAD EMOCIONAL y las conductas de riesgo.

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¿Por qué ocurre esto?

Existen algunos factores neurobiológicos que explican porque ocurre esto durante la adolescencia:

  • La corteza prefrontal del cerebro (la que se sitúa justo donde tenemos la frente), es la encargada –entre otras cosas- de: controlar los impulsos, planificar y anticipar el futuro, tomar decisiones y de regular nuestras conductas y nuestras emociones. Los estudios científicos realizados con resonancia magnética han demostrado que la corteza prefrontal no termina de desarrollarse hasta la adultez temprana, por eso es normal que en la adolescencia, las funciones que dependen de ella estén limitadas. La maduración de este circuito depende de la edad y del aprendizaje del adolescente, de modo que es a partir de los 16-18 años cuando las capacidades cognitivas ya son iguales a la de los adultos.
  • Además de lo anterior, durante la adolescencia, el circuito cerebral socioemocional que está relacionado con las emociones, los impulsos, la motivación y las recompensas, se encuentra sobreexcitado porque está influido directamente por la mayor producción hormonal que se produce durante la pubertad. Esto provoca que durante esta etapa haya un exceso de emotividad, de impulsividad, de búsqueda de sensaciones, de novedades y de gratificaciones inmediatas.
  • El desequilibrio existente entre la mayor activación del circuito afectivo y la maduración más lenta de la corteza prefrontal, provoca un “hambre de sensaciones” y una mayor intensidad emocional que no están lo suficientemente controlados.

Por otro lado, existen variables ambientales que también influyen sobre la mayor problemática adolescente:

  • Las mejoras socioeconómicas, en la alimentación y sobre todo, en sanidad, han conseguido adelantar la maduración hormonal (no así la cognitiva) y esto provoca que los jóvenes tengan menos cantidad y calidad de experiencias previas antes de la adolescencia;
  • La pubertad precoz hace que desde más jóvenes ya estén siendo influenciados por el grupo de iguales en su conducta, valores, intereses, etc. (que está integrado a su vez por chavales con menos experiencias previas);
  • Cambios en la estructura de las familias: debido por ejemplo, a cuestiones económicas muchos padres trabajan más y pueden supervisarles menos;
  • Nuevas tecnologías de la información: permiten difundir las ideas, valores e intereses de los adolescentes de un modo más rápido y globalizado;
  • Aumento del poder adquisitivo de los adolescentes: a pesar de la crisis, muchos adolescentes tienen más acceso que antes a ofertas de ocio que pueden ser perjudiciales, etc.

¿Qué podemos hacer para disminuir la problemática adolescente?

No existe evidencia científica de que la intervención psicológica con los adolescentes cambie los circuitos cerebrales y el grado de maduración cerebral. Sin embargo, la intervención psicológica sí influye directamente en una modificación del ambiente que rodea a los adolescentes y en un aprendizaje de habilidades y estrategias socioemocionales que favorecen la estabilidad emocional en esta etapa.

Por ello, la adolescencia es una etapa ideal para aprender a mejorar el autocontrol conductual y emocional, la racionalidad, el autoestima y la seguridad personal, las relaciones sociales, etc. con el objetivo de que los chavales tengan las herramientas necesarias para enfrentarse con mayor facilidad a esta etapa vital.

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Cuando los niños no quieren hablar

Por Aroa Caminero

Qué es el Mutismo selectivo en los niños

Podemos definir el mutismo selectivo como la dificultad que presentan algunos niños y niñas cuando tienen que comunicarse verbalmente en situaciones que son poco familiares para ellos o cuando tienen que hacerlo con personas poco conocidas.

Los niños con mutismo selectivo tienen una capacidad lingüística y comunicativa adecuada para su edad, pero limitan su comunicación oral a personas muy íntimas y a situaciones muy específicas. Es decir, que en estos niños las dificultades para comunicarse no se deben a trastornos del lenguaje ni a cualquier otro trastorno del desarrollo, sino que el mutismo es una estrategia aprendida para evitar situaciones en las que tienen que hablar y que les generan ansiedad. Por ello, suelen compensar utilizando medios de comunicación alternativos como cuchichear al oído, hacer gestos, muecas, sacudidas de cabeza, empujar para pedir algo…

Por qué se produce el mutismo selectivo en los niños

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En la aparición y desarrollo del mutismo selectivo influyen distintas variables como:

Variables propias del niño: timidez, retraimiento social, dependencia, vulnerabilidad a la ansiedad, falta de habilidades sociales, etc.

Variables ambientales relacionadas con el contexto del niño: estilo educativo sobreprotector o autoritario de los padres, bajo nivel de sociabilidad o aislamiento familiar, apego excesivo de la madre, inadecuados modelos de relación interpersonal, experiencias sociales traumáticas, perfeccionismo familiar o escolar, etc.

Todas estas variables aumentan la probabilidad de padecer el mutismo, pero el trastorno suele desencadenarse cuando hay en la vida del niño un acontecimiento vital estresante, apareciendo especialmente con el inicio de la escolarización.

Por qué se mantiene el mutismo selectivo en los niños

Una vez que aparece el problema del mutismo selectivo, el trastorno se mantiene en el tiempo debido fundamentalmente a dos condiciones:

– A que estos niños suelen tener un exceso de atención por parte de los adultos que le rodean, así como un exceso de protección o acomodación a la forma alternativa en que se comunican, lo que refuerza el mutismo.

– Por otro lado, los otros niños suelen retirarles completamente la atención, lo que provoca que se reduzcan las interacciones con iguales, agravando la situación de aislamiento social.

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Como ayudar a los niños que dejan de hablar

Por Aroa Caminero

Consejos para tratar a los niños con mutismo selectivo

Hay niños que de repente dejan de hablar, de un día para otro. Sin aparentes razones. A este trastorno se le conoce como Mutismo selectivo. Suele suceder cuando el niño quiere huir de una situación o de personas que le generan etrés o ansiedad.

En el caso de que esto ocurra, ¿qué pueden hacer los padres para ayudarle? Aquí tienes algunos consejos para ayudar a tu hijo a que vuelva a hablar y pierda todos sus miedos.

Cómo ayudar a los niños que se niegan a hablar

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Los niños y niñas con mutismo selectivo suelen mostrar un elevado nivel de sufrimiento emocional y presentan problemas de adaptación importantes a nivel personal, académico y sobre todo a nivel social. Por ello, es importante que les ayudemos a superarlo. Así, debemos:

1. Evitar actitudes de sobreprotección: no justificar al niño ante los demás, no expresarle comprensión ni insistirle o presionarle para que responda. Así sólo dedicamos un exceso de atención al problema y reforzamos el mutismo.

2. Evitar actuaciones que puedan mantener el comportamiento del niño: no dar por válidas respuestas gestuales, no darle la posibilidad de responder de otra forma no verbal, no permitir que otros pidan cosas por él, etc.

3.No amenazarle con consecuencias negativas como castigarle, decirle que va a repetir curso… No compararle con hermanos, compañeros u otros niños.

4. Enseñar al niño formas adecuadas de iniciar y mantener interacciones verbales con otros: cómo saludar, como pedir jugar, cómo acercarse…

5. Planificar situaciones sociales en las que estén presentes las personas con las que habla el niño habitualmente y personas con las que no, hasta conseguir que poco a poco hable con ellos.

6. Reforzar el círculo de amigos que tiene el niño y ampliarlo, aumentando también el control del adulto sobre las interacciones del niño con sus iguales para evitar que se quede aislado.

7. Ayudarle a integrarse progresivamente con otras personas: por ejemplo, podemos acercarnos con el niño a un grupo de otros niños y jugamos con ellos un rato hasta que el niño se integre y luego, nos vamos retirando poco a poco.

8. Ayudarle a soltarse realizando actividades de habla enmascarada: hacer juegos en los que haya que hablar pero sin que se le vea la cara como títeres, marionetas, hablar por teléfono dentro de una casita, juegos de hablar al oído…

9. Reforzar positivamente las aproximaciones verbales del niño hacia otras personas (tanto niños como adultos): le felicitamos por hacerlo, le comentamos las ventajas de jugar con otros niños y de tener amigos…

10. Buscar ayuda profesional lo antes posible para evitar la prolongación del problema y para realizar una completa evaluación del caso y diseñar el mejor programa de tratamiento para cada niño.

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Cuándo dejar elegir a los niños

Por Aroa Caminero

Cada niño es una personita distinta y única desde su nacimiento. En el desarrollo de su propia personalidad, los factores hereditarios tienen un gran peso y definirán en gran medida la forma de ser de los niños, así como sus gustos, intereses y preferencias, aunque el ambiente que le rodea y en especial, las acciones educativas que reciba también serán determinantes durante su desarrollo.

Cuándo dejar que elijan los niños por sí mismos

Es muy importante que permitamos a los niños desde pequeños cierta autonomía y libertad para expresarse cómo son y para tomar pequeñas decisiones en el día a día, ya que así les demostramos que les tenemos en cuenta y que somos sensibles a sus necesidades e intereses y estamos favoreciendo al mismo tiempo su capacidad de aprendizaje y toma de decisiones, así como el desarrollo de su identidad personal y su autoestima.

Sin embargo, para ayudarles a desarrollarse plenamente y alcanzar todos los recursos que faciliten su crecimiento y aprendizaje personal, también serán imprescindibles las normas y los límites ya que, los niños no tienen el suficiente desarrollo cognitivo como para decidir todavía lo más adecuado para ellos, y además, aprender a cumplir las normas y ajustarse a ellas aumenta su capacidad de autocontrol y de posponer la satisfacción inmediata de sus deseos, mejorando su tolerancia a la frustración.

Por ello, una fórmula para encontrar un equilibrio entre ambos factores consistiría en dejarles elegir siempre entre varias opciones limitadas que hayan establecido los padres. Otra opción que puede resultar, es darles la libertad de elegir en ‘ocasiones especiales’ premiándoles por ejemplo, por haber mostrado una buena conducta durante el día o durante la semana.

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Ejemplos de cuándo dejar a los niños elegir

1. Con la ropa: Podemos darles a elegir entre dos opciones cerradas, por ejemplo: ¿prefieres el peto vaquero o el vestido rojo?. O dejarles elegir el vestuario del domingo (dentro de un orden) si han tenido un buen comportamiento durante la semana.

2. Con la comida: los padres son los que tienen que decidir qué alimentos se comen y cuándo se sirven. Sin embargo, no es necesario obligar al niño a comer judías verdes si prefiere otras verduras similares que sí acepta. En otros momentos puntuales como puede ser en el cumpleaños de un amiguito, se le puede dejar más margen de decisión, permitiéndole escoger entre sándwiches, gusanitos, chucherías, tarta… aunque siempre dentro de los límites marcados por el adulto.

3. Con las rutinas: Dentro de las rutinas diarias, puede haber cierta negociación en aquellas que no sean transcendentales. Por ejemplo, podemos dejarles decidir entre una ducha (si ya son más mayores) o un baño. Sin embargo, habrá otros aspectos que no son negociables, como por ejemplo, no ver la televisión mientras comemos para no distraernos.

4. Con los juguetes y el tiempo de ocio: cuando vamos a comprar un juguete para un niño podemos permitirle elegir el que más le gusta, pero será importante limitarle las opciones para asegurarnos que es acorde y apropiado a la edad y características del niño. En el tiempo de ocio, los niños podrán escoger jugar a lo que ellos quieran, pero no podrán elegir la duración del tiempo de juego ni el momento de juego, siendo lo ideal que el ocio siga a la realización de las “obligaciones” del niño (por ejemplo, jugar después de hacer las fichas escolares) y no al revés.

5.  Con los aprendizajes: los niños están aprendiendo continuamente desde el nacimiento con la estimulación cotidiana, especialmente a través juego. Sin embargo, hay determinados aprendizajes, como los escolares, cuyo trabajo explícito no se adquieren. Por ello, los niños pueden elegir qué hacer en su tiempo de ocio (jugar, pintar, dibujar, etc) ya que esto favorece enormemente su desarrollo cognitivo, pero la realización de las fichas y actividades escolares tiene que ser obligatoria.

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Cómo ayudar a los niños a superar el egoísmo

Por Aroa Caminero

Es normal que los niños muestren conductas egoístas en la infancia. Los más pequeños suelen querer satisfacer sus deseos y necesidades sin tener en cuenta a los demás.

Aunque el egoísmo forma parte del curso normal del desarrollo infantil, desde fases tempranas los adultos podemos empezar a favorecer las conductas cooperativas y prosociales con los demás.

Cómo educar a los niños para que no sean egoistas

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– Los adultos debemos servir de modelo. Debemos demostrar a los niños que compartir con los demás nos enriquece y que disfrutamos con ello.

– Podemos enumerar con ellos las ventajas que tiene el compartir con los demás, sin olvidar en la lista el hecho de que si nosotros compartimos, tendremos más posibilidades de que los demás también compartan con nosotros.

– Antes de los tres años, los niños no tienen la capacidad para entender el concepto de compartir, por lo que no tiene sentido obligarles a hacerlo. Sin embargo, sí debemos favorecer en la medida de lo posible los juegos cooperativos y reforzaremos (por ejemplo, con un halago o una sonrisa) cualquier conducta cooperativa espontánea.

– Enseñarles a diferenciar que hay cosas que son suyas y cosas que son de todos y que por tanto  habrá ocasiones en que deben compartir aunque no quieran, para que entiendan que no pueden disponer de todo aquello que se le antojey que los demás también tienen derecho a utilizar ciertas cosas. En estos casos en que compartir sea algo obligado, es necesario mantenerse firmes y no ceder ante las posibles rabietas o pataletas que presenten.

– Permitirles tener algún juguete ‘especial’, que nunca le obligaremos a prestar a los demás, ya que todos, incluso los adultos, tenemos pertenencias que nunca compartimos con otras personas. Así, cuando sepas que va a encontrarse en alguna situación en la que sería bueno que comparta, preguntale explícitamente qué juguete quiere llevarse para compartir con otros niños, es decir, preguntale cuál no le importa prestar a los demás para quele cueste menos llevar a cabo este tipo de conductas.

Publicado en: Blog de Gomins, Inteligencia Emocional

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Pautas para fomentar la felicidad de nuestros hijos (I)

Por Silvia Álava

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La felicidad de los niños depende de los siguientes parámetros, según los estudios de la Dra. Sonja Lyubomirsky, autora de “La Ciencia de la Felicidad”, el 50% se debe a factores genéticos, un 10% a las circunstancias vividas, y el 40% a la actividad emocional. Partiendo de estos datos, podemos plantear la hipótesis de cómo, pese a unas circunstancias difíciles y de la carga genética, todavía nos queda un 40% de margen, el correspondiente a la actividad emocional que podemos aprender a controlar.

Sólo un 10% de la felicidad depende de las circunstancias externas, y aunque la capacidad para ser feliz es algo innato, está en nuestra mano incrementarla. Poseemos un increíble potencial de mejora de la dicha y el bienestar, que depende exclusivamente de nuestros actos y pensamientos, y podemos trabajar con los niños para que aprendan a ser más felices desde pequeños.

Dependiendo de la edad del niños cambiaran sus gustos y sus preferencias a la hora de cómo prefieren pasar su rato de ocio y  el tiempo libre y cambian las cosas que les hacen felices. Pero lo que tenemos clarísimo que hace felices a los niños desde muy pequeños es favorecer su correcto desarrollo personal, su correcta autonomía y autoestima… dejándole que juegue, pero a la vez que se responsabilice de sus cosas… que los padres no les involucren en temas que no le conciernen por su edad. Es bueno que se hagan responsables, pero de las cosas que pueden asumir, no por ejemplo de problemas familiares o de pareja. No ver discutir a sus padres, y sobre todo sentirse atendidos y queridos.

Publicado en: Blog de Gomins, Inteligencia Emocional

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