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Artículos de Familia

¿Por qué nos preocupamos las mamás?

Por Sandra Méndez

Tener un hijo no es fácil, y quien diga lo contrario, una de dos: o se engaña a sí misma o todavía no ha pasado por la apasionante y agotadora tarea de ser madre.

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Son muchos los cambios que implica en nuestras vidas, desde la distribución de la casa, hasta la agenda del día, pasando por la organización de las comidas. Pero no debemos olvidar que, además de ser una gran responsabilidad, supone un gran cambio en nuestras prioridades. Dejamos de ocuparnos de nosotras mismas (o al menos como solíamos hacer antes) para empezar a dedicarnos a tiempo completo de un nuevo, curioso y dependiente animalillo al que se le da muy bien hacer ruiditos con todo lo que se le ocurre.

Ser mamá supone una transformación tan extraordinaria que modifica nuestro cerebro incluso antes del parto. Según un estudio científico sobre células madre y el vínculo de apego en el cerebro de la mujer, dirigido por la doctora López Moratalla, catedrática de Bioquímica de la Universidad de Navarra, la fuerte inclinación que siente la madre hacia el cuidado y protección del bebé podría tener una explicación biológica. Nuestro cerebro cambia para dar respuesta a las necesidades del pequeño y el vínculo de apego se refuerza más tarde gracias a la liberación de oxitocina (la llamada hormona de la confianza) que se produce en el parto y durante la lactancia.

Vivimos en un tiempo en el que la baja por maternidad la experimentamos como un periodo en el que nos sentimos obligadas a alcanzar unos objetivos concretos o, de lo contrario, es probable que terminemos sintiéndonos culpables al pensar que no hemos dado la talla, por mucho amor e ilusión que hayamos ido sembrando en el camino. Aunque parece que la figura del padre comienza a estar menos ausente en estas primeras etapas del desarrollo del niño, todavía sigue siendo una asignatura pendiente. Aquí entra en juego la interminable batalla por la conciliación laboral y familiar, un difícil equilibrio que algo tendrá que ver con el preocupante descenso de la natalidad en España.

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Hoy en día, tal y como están las cosas, tener un hijo ha acabado por convertirse en un lujo que muchas no podemos permitirnos si ello conlleva la posibilidad de perder nuestro estatus profesional, algo que quizás no preocupe ya tanto a las trabajadoras de Apple y Facebook.

Lo que sí nos sigue preocupando a las madres (y mucho) es no dedicar a nuestros hijos el tiempo que deseamos o consideramos necesario, especialmente en sus primeros tres años de vida. Parece que nunca nos es suficiente.

Y no solo eso.

Además queremos que el tiempo que pasamos con ellos sea de calidad, sin gritos, sin peleas ni rabietas. Deseamos hacerles felices por encima de todo. Este ingrediente batido y bien mezclado con un chorrito de poco tiempo acaba convirtiéndose en el cóctel perfecto para darles o dejarles hacer todo lo que quieren. No debemos confundir la permisividad con la felicidad. Si queremos que nos sigan respetando y obedeciendo según vayan creciendo, debemos establecer normas y límites acordes a su edad. De esta forma aprenderán a valorar más las cosas que les rodean.

Otro aspecto que suele quitarnos el sueño y mantenernos en guardia es la salud y el bienestar de nuestro hijo, la posibilidad de que enferme, de que no coma o duerma bien, o de que le ocurra algo desagradable. Son miedos que nos acompañan de manera natural y biológica; sin embargo, no podemos obsesionarnos con ellos y dejar que se conviertan en irracionales. No obstante, mucho me temo que esta preocupación (en dosis moderadas) que viaja en nuestros genes de manera incansable no tenga la intención de abandonarnos jamás.

Por otro lado y considerando el panorama económico mundial, no es de extrañar que el dinero, o mejor dicho la falta del mismo, haya pasado a ser una de las principales preocupaciones de las madres y familias de todo el mundo. Sin embargo, y exceptuando aquellos casos extremos (que desgraciadamente existen) no podemos caer en la trampa de justificar todo debido a la precariedad. Si bien es cierto que tener más dinero equivale a tener más oportunidades, afortunadamente educar con amor y respeto sigue siendo gratis.

Como vemos, ser madre se convierte en una ardua tarea en la que nos exigimos (y peor aún, nos exigen) para ayer.

Permíteme un consejo: cambia de gafas, deja las que te hacen ver con facilidad tus errores por aquellas que te enseñan a valorar más tus logros, que no son pocos.

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Cómo ayudar a los niños a aceptar la decepción

Consejos para que los niños puedan superar una desilusión

Por Aroa Caminero

La vida está llena de altibajos y desde muy pequeños, los niños también sufren pequeñas decepciones en su vida diaria: el columpio del parque está ocupado, un amiguito no quiere compartir sus juguetes, un puzzle que no le sale, haber perdido en un juego, etc…

La decepción es un sentimiento normal que surge cuando las cosas no ocurren como nos gustarían y que forma parte del proceso de aprendizaje y de desarrollo de las personas. Por ello, para su correcto desarrollo emocional, es imprescindible que dejemos que los niños experimenten el sentimiento de frustración desde pequeños para que aprendan a ser capaces de manejar las decepciones que sufrirán el resto de su vida.

Cómo enseñara los niños a aceptar la decepción

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Para que los niños aprendan a aceptar cuanto antes la decepción, podemos llevar a cabo las siguientes pautas básicas:

Ayúdales a establecer expectativas realistas, ya que no es bueno dejar que se hagan ilusiones sobre cosas que no estamos seguros de sí ocurrirán de la forma que desean: ‘puede que tu amiguito Carlos no te deje el muñeco ahora aunque se lo pidas por favor’.

Enséñale a reconocer la decepción y a aceptarla. Explícale que es algo normal que nos sintamos mal cuando algo no sale como nos gustaría, diciéndole cosas como: ‘es normal que te moleste que Carlos no te deje el muñeco porque llevabas toda la tarde esperando para jugar con él’.

Sugiérele posibles soluciones alternativas. Es importante que vea que cuando las cosas no ocurren como quiere, hay otras opciones: ‘que te parece si mientras Carlos juega con el muñeco,tú juegas a tirarte por el tobogán’.

– Hazle ver el lado positivo de la situación. De prácticamente todas las decepciones se aprende y podemos entrenarles desde pequeños a que saquen la parte positiva de ellas: ‘¿lo ves?, aunque no has jugado con el muñeco te lo has pasado genial en el tobogán y te has hecho amiguito del niño que estaba allí’.

– No permitas que la decepción se convierta en una rabieta. Los niños tienen que aprender a controlar su frustración de un modo progresivo, así que cuando descarguen su decepción en forma de ataque de ira o de pataleta, les retiraremos toda nuestra atención para que aprendan que así no consiguen nada.

Refuérzale mucho cuando acepte de forma adecuada una decepción. Este será un momento perfecto para darle muchos abrazos y mimos y para hacerle mucho caso.

Aprende a gestionar adecuadamente tus propias desilusiones delante de los niños. La principal fuente de aprendizaje de los niños son los modelos adultos y tienden a copiar su comportamiento, tanto el positivo como el negativo.

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Cómo estimular la memoria en bebés

Por Aroa Caminero

Juegos y actividades para estimular el aprendizaje y la memoria

La memoria es la capacidad que tenemos para retener información y disponer de ella cuando la necesitamos. La memoria surge desde el momento del nacimiento, aunque de forma no consciente y va evolucionando a medida que crece el bebé.

Memoria y aprendizaje van de la mano, por ello, es muy importante estimularla desde que son muy pequeños adaptándonos a la etapa evolutiva en que se encuentran, ya que muchos de los estímulos que reciba el niño quedarán almacenados en su memoria para siempre.

Consejos para estimular la memoria en la primera infancia

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– Establece un apego seguro atendiendo sus necesidades con afecto pero sin sobreprotegerle. Aumentará su seguridad y su autoestima y por tanto, también su disposición hacia los aprendizajes.

– Establece rutinas de alimentación, descanso, higiene y juego desde el nacimiento.

– Juega con tu bebé al cucú-tras aprovechando momentos como el vestirle (permanencia del objeto).

– Escóndele juguetes para que los busque utilizando todo tipo de materiales y texturas (cajas, papel de regalo o papel de plata, enterrar objetos en arena, etc) para estimular también todas las modalidades sensoriales(visual, táctil, auditiva).

– Aprovecha cualquier oportunidad para mostrarle objetos y situaciones nuevas, repitiéndole sus nombres o explicándoselas para aumentar también su vocabulario. Si ya sabe hablar, pídele que sea él quién los nombre.

– Los puzles sencillos y los juguetes de apilar y encajar favorecerán su memoria visual y espacial.

– Cántale canciones (los niños aprenden mejor a través de las canciones) y léele cuentos mientras él los hojea, ya que le ayudará a identificar objetos y situaciones, así como a desarrollar el razonamiento lógico y temporal.

– Favorece su autonomía y la búsqueda de soluciones propias a sus ‘pequeños’ problemas para favorecer su capacidad resolutiva (por ejemplo, permítele que se las apañe solo para conseguir un juguete al que no llega antes de dárselo directamente.

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La memoria en niños de 0 a 2 años

Por Aroa Caminero

Cómo se desarrolla la memoria durante la primera infancia

Podríamos definir la memoria como la capacidad para retener información, ordenarla y hacer uso de ella en el momento en que la necesitamos. Es lógico pensar pues que la memoria y el aprendizaje están estrechamente relacionados si entendemos el aprendizaje como la adquisición de nueva información para su uso y aplicación en nuestra vida cotidiana. Pero, ¿cómo evoluciona la memoria desde que el bebé es recién nacido hasta que cumple 2 años?

La memoria en la primera infancia

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Desde el momento del nacimiento ya está presente la memoria implícita, es decir, aquella que registra y almacena la información de un modo no consciente y que será la responsable de la formación en el niño de ‘modelos mentales’ que guiarán sus actuaciones en un futuro, Así ocurre, por ejemplo, con la construcción del vínculo afectivo a través de la repetición de interacciones con el padre o la madre.

Antes de los 9 meses, los niños son capaces de imitar gestos de los adultos cuando los tienen delante y a partir de esa edad (memoria de imitación), los niños pueden imitar recordando gestos que no tienen delante. A esta edad, los niños también son capaces de anticipar el futuro basándose en experiencias del pasado reciente, por ejemplo, si nos ven cogiendo el carrito sabrán que vamos a salir de paseo.

A partir también de los 8 meses, los niños empiezan a desarrollar la capacidad de resolución de problemas, es decir, a ser capaces de utilizar medios para alcanzar fines. Esto depende también de la capacidad de memoria de trabajo, que a esta edad nos permite usar un sólo medio, por ejemplo, utilizar un sonajero para atraer otro juguete hacía sí mismo.

– Entre los 8 y los 10 meses, los niños adquieren la permanencia del objeto, es decir, la representación de que los objetos existen aunque no los percibamos. A esa edad ya tienden a buscar un objeto que hemos escondido delante suya mientras que antes no lo hacen. La permanencia del objeto constituye la base de la memoria de trabajo, que será aquella que nos permita mantener información mentalmente y trabajar con ella para realizar operaciones complejas como el cálculo mental.

Durante el primer año de vida también empieza a desarrollarse la memoria de reconocimiento, que es aquella que les permite reconocer objetos, personas y situaciones que ya se han visto antes, y que puede relacionarse por ejemplo, con el miedo a los extraños que suele darse en esta etapa.

En esta etapa, los niños también empiezan a desarrollar la memoria semántica, que se refiere a la memoria general, al aprendizaje de los hechos sobre el mundo y a los conocimientos adquiridos, teniendo un papel fundamental en la adquisición del lenguaje durante esta etapa.

A los 18 meses, los niños ya empiezan a recordar acontecimientos en un determinado orden espacio-temporal y emerge la imagen de sí mismos.

A los dos años, los niños no son sólo capaces de reconocer objetos o situaciones familiares sino que ya pueden nombrarlos.

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Cuando los niños no quieren hablar

Por Aroa Caminero

Qué es el Mutismo selectivo en los niños

Podemos definir el mutismo selectivo como la dificultad que presentan algunos niños y niñas cuando tienen que comunicarse verbalmente en situaciones que son poco familiares para ellos o cuando tienen que hacerlo con personas poco conocidas.

Los niños con mutismo selectivo tienen una capacidad lingüística y comunicativa adecuada para su edad, pero limitan su comunicación oral a personas muy íntimas y a situaciones muy específicas. Es decir, que en estos niños las dificultades para comunicarse no se deben a trastornos del lenguaje ni a cualquier otro trastorno del desarrollo, sino que el mutismo es una estrategia aprendida para evitar situaciones en las que tienen que hablar y que les generan ansiedad. Por ello, suelen compensar utilizando medios de comunicación alternativos como cuchichear al oído, hacer gestos, muecas, sacudidas de cabeza, empujar para pedir algo…

Por qué se produce el mutismo selectivo en los niños

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En la aparición y desarrollo del mutismo selectivo influyen distintas variables como:

Variables propias del niño: timidez, retraimiento social, dependencia, vulnerabilidad a la ansiedad, falta de habilidades sociales, etc.

Variables ambientales relacionadas con el contexto del niño: estilo educativo sobreprotector o autoritario de los padres, bajo nivel de sociabilidad o aislamiento familiar, apego excesivo de la madre, inadecuados modelos de relación interpersonal, experiencias sociales traumáticas, perfeccionismo familiar o escolar, etc.

Todas estas variables aumentan la probabilidad de padecer el mutismo, pero el trastorno suele desencadenarse cuando hay en la vida del niño un acontecimiento vital estresante, apareciendo especialmente con el inicio de la escolarización.

Por qué se mantiene el mutismo selectivo en los niños

Una vez que aparece el problema del mutismo selectivo, el trastorno se mantiene en el tiempo debido fundamentalmente a dos condiciones:

– A que estos niños suelen tener un exceso de atención por parte de los adultos que le rodean, así como un exceso de protección o acomodación a la forma alternativa en que se comunican, lo que refuerza el mutismo.

– Por otro lado, los otros niños suelen retirarles completamente la atención, lo que provoca que se reduzcan las interacciones con iguales, agravando la situación de aislamiento social.

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Madre no hay más que una, y mejor feliz que perfecta. Colaboración de Daniel Peña para el diario El Confidencial

Por Daniel Peña

 

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Hace unos días hemos celebrado el día de la madre. Es un día precioso en el que vemos a un montón de mamás por la calle y en la televisión hablando de sus experiencias con una gran sonrisa. Sin duda la maternidad es un elemento relevante en la felicidad de las personas. En un estudio que hemos llevado a cabo con más de setecientas personas (Centro de Psicología Alava Reyes. Primer estudio sobre felicidad y perdón. Madrid; 2013. Informe técnico), comprobamos como existía una tendencia entre los hombres y mujeres con hijos a evaluar sus vidas como más satisfactorias y a experimentar más emociones positivas en el día a día. Es importante señalar que entre los participantes en el estudio, había personas profundamente felices que no tenían hijos, y personas con hijos que se sentían infelices, es decir, tener hijos no es la única causa de la felicidad, aunque contribuye a su experiencia.

«El virus de la hiper-exigencia es capaz de hacer que nos comportemos de forma rígida y perfeccionista»

Sin embargo este efecto no era igual para hombres y mujeres. Las mujeres eran ligeramente menos felices que los hombres. Seguro que existen explicaciones muy elaboradas para este efecto, pero hoy solo quiero compartir una curiosidad, algo que encontramos al analizar en profundidad nuestros datos y que nos llamó poderosamente la atención. En el estudio analizábamos, entre otras cosas, la tendencia de las personas a experimentar emociones negativas como la culpa y la vergüenza en distintas situaciones. Pues bien, en el caso de la vergüenza, comprobamos que existe un patrón complejo de diferencias entre hombres y mujeres. Concretamente, los hombres sin hijos tienen una tendencia mayor a experimentar vergüenza que las mujeres sin hijos, mientras que las mujeres con hijos tienden a experimentar más vergüenza que los hombres en la misma condición, curioso ¿no?

El peso del ideal

En un intento por comprender mejor este patrón, encontramos un estudio reciente llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Mary (Washington) (Liss, M., Schiffrin, H. H., & Rizzo, K. M. (2013). Maternal Guilt and Shame: The Role of Self-discrepancy and Fear of Negative Evaluation. Journal of Child and Family Studies22(8), 1112-1119). Los investigadores analizaron las relaciones que existían entre la tendencia a sentir vergüenza, y otros factores psicológicos en 181 madres con hijos de cinco años o menos. Los resultados indicaban que el sentimiento de vergüenza estaba estrechamente relacionado con la percepción de la discrepancia entre su comportamiento actual como madres y la imagen idealizada que tenían de la maternidad. Dicho de otra forma, cuanto más lejos se veían de su ideal, mayor era la tendencia a sentirse avergonzadas. Los investigadores fueron más lejos y encontraron que esta relación se hacía aún más intensa cuando las madres estaban muy preocupadas por la crítica o evaluación negativa de los demás. Así, aquellas madres que se mostraban más seguras e independientes de las opiniones y juicios de otras personas, eran capaces de recocer sus errores e imperfecciones sin sentirse avergonzadas.

«Reconocer tu derecho a decir ‘estoy cansada’, a equivocarte, a perder los nervios de vez en cuando, a decir que ‘no puedo más'»

Las madres son capaces de no dormir, de entregarse incondicionalmente a sus hijos sacrificando todo lo necesario por ellos sin perder la sonrisa ni la paciencia en la mayor parte de las ocasiones ¿porqué además deberían ser juzgadas por otras personas? ¿Por qué deberían tener la aprobación de los demás para considerarse personas válidas y satisfechas quienes son? Quizá se trata solo de los efectos de un virus mental, llamémosle el virus de la «hiper-exigencia”. Este virus parece ser capaz de hacer que nos comportemos de forma rígida y perfeccionista, provocando grandes dosis de preocupación y haciendo que nos resulte muy difícil disfrutar de las cosas que tenemos y hacemos. Los primeros síntomas de la infección son creer que todo el mundo hace las cosas mejor que nosotros y sentirse un ser humano de segunda categoría cuando tenemos la sensación de que damos la talla.

Si estás notando alguno de estos síntomas vacúnate cuanto antes. Ponte una primera dosis doble de reconocer tu derecho a decir “estoy cansada”, a equivocarte, a perder los nervios de vez en cuando, a decir «no puedo más”, a necesitar ayuda y pedirla, a no saber qué es lo mejor para todo el mundo, a pensar en ti misma alguna vez y, sobre todo y por encima de todo, a ser tú la única persona de quien aceptes un juicio. Nadie más que tú sabe de verdad lo difícil que son las cosas, el esfuerzo que suponen, el agotamiento que acumulas día a día, ¿de verdad crees que alguien puede juzgarte sin conocer todo eso? Claro que no. Es agradable que te lo reconozcan, pero no lo necesitas. No olvides que a esos pequeñajos que no te dejan dormir les importa bien poco lo que los vecinos, abuelos o las otras mamás en el parque piensen de ti. Lo que les encanta es que les quieras, que juegues con ellos y sobre todo verte feliz.

¡Por cierto!, como todas las vacunas hay que ponerse una dosis de recuerdo. En este caso te aconsejamos una toma por la mañana y otra antes de dormir durante el resto de tu vida. No te preocupes por la sobredosis, en este caso los efectos secundarios te van a encantar.

FUENTE: ElConfidencial.es

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