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Superdotados, un cerebro por atender

Por Ángel Peralbo

Muchas veces nos olvidamos de esos críos que parece que lo saben todo y que lejos de ser así, es frecuente incluso que en realidad necesiten más atención, recursos y estrategias para su adecuado desarrollo, en un mundo que les exige como al que más y que crea unas altas expectativas sobre quien presupone que por tener un coeficiente intelectual de más de ciento treinta ya lo tiene todo hecho.

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Si nos atenemos a lo que ocurre al principio, vemos que en muchos casos los padres asisten a la paradoja de que a pesar de que su hijo es muy inteligente, lo que les dicen desde el centro educativo es que no atiende, que no quiere trabajar, que lo que quiere hacer es solo lo que decide hacer, etc. Son muchos los niños que aún siendo muy talentosos no sincronizan su potencial con el ritmo esperado en clase y lejos de destacar y conseguir los objetivos curriculares de forma adecuada, no arrancan o lo hacen en dirección contraria o en el mejor de los casos, brillan frente a lo que les gusta y fracasan en relación a lo demás. Utilizo deliberadamente la palabra “fracasan” porque se utiliza frecuentemente y lo hago para recalcar que debería de estar prohibida o al menos, su uso tendría que permitirse exclusivamente a partir de cierta edad, quizá en torno a los ochenta y cinco años, edad a la cual se podría empezar a hablar de fracaso y esto es cuestionable incluso. Considero que es un término que apunta demasiado a la idea de “no haberlo conseguido” frente a lo que pienso que en realidad debería dirigirse, la idea de que aún está en proceso de conseguirlo y hay que buscar la manera de que así sea”. Pero se denomine de una forma u otra, la cuestión es que en muchos de estos casos el sistema no funciona y es esa una primera etapa a la que en mi opinión, hay que atender de manera prioritaria.

¿Cuándo podemos saber si se trata de un niño superdotado?

La idea es que en cuanto tengamos sospechas de que puede ser así o por supuesto, cuando aparezcan dificultades que indiquen una falta de adaptación al ritmo esperado, es conveniente hacerle un estudio para conocer con la adecuada precisión, su potencial y sus capacidades y así poder plantearnos qué recursos son los más adecuados para poder solucionar los problemas que se estén evidenciando y facilitar un desarrollo, tanto académico como personal, en la línea de lo que necesite. Y una vez más aquí es necesario que hagamos un esfuerzo por liberarnos de ideas como: “es pronto para saber su potencialidad, hay que esperar” o “ya se motivará, paciencia”.

Cuánto antes sepamos, antes actuaremos en consecuencia.

Esperando, esperando, en mi experiencia con adolescentes que no consiguen unos buenos resultados, en muchas ocasiones ni siquiera “unos mínimos resultados” veo un importante porcentaje de ellos que ni siquiera conocen sus capacidades, más allá de unas evaluaciones colectivas donde el resultado ha sido: “es un chico/a listo/a”. Esto sí que es un fracaso, pero del sistema que permite que el adolescente esté desorientado y que lo único que reciba es la vaga idea de: “es un vago y en realidad no trabaja porque no le gusta o no quiere”. Obviamente en ciertos casos es así pero los profesionales no tenemos ninguna duda a la hora de identificarlos, por lo que sorprende más que estos casos lleguen a los catorce años en esas condiciones.

Cuando ellos y ellas conocen cuál es su potencial, cuando los padres empiezan a encajar las piezas del puzzle y consiguen entender lo que durante algún tiempo han intuido y cuando los educadores tienen un informe que les ayuda a comprender lo que de verdad ocurre, sin juicios aproximados ni intuiciones sin rigurosidad, las cosas comienzan a ir en la adecuada dirección.

¿Qué podemos hacer en esta etapa?

Una vez que conocemos bien la potencialidad del niño/a ya podemos buscar los recursos formativos, como cuando conocemos la talla que usamos que buscamos una prenda y por mucho que nos empeñemos si no damos con ella o no entra o sobra. Y me refiero tanto a recursos educativos como familiares o sociales.

En cuanto a recursos educativos no nos podemos quedar en la idea tan primaria de que si es tan bueno el chico/a cómo que no llega al nivel de la clase? Hemos de plantearnos por qué ocurre esta cuestión de tal manera que a nada que lo enfoquemos en esa dirección descubriremos las razones para que se aburra o para que llame la atención constantemente o para que presente problemas frecuentes de conducta. De igual forma que no dudamos a la hora de plantear ayudas y refuerzos escolares para los alumnos que no llegan será importante ajustar el nivel de exigencia para estos otros.

En cuanto a recursos familiares, he de decir que por experiencia el solo hecho de que los padres conozcan bien las características de su hijo, ayuda mucho a ajustar las expectativas y tranquiliza bastante, si bien, no es suficiente para que sepan manejar las diferentes situaciones típicas que se les pueden presentar y mucho menos para aprender a entender y sobre todo a tratar a sus hijos que tienen estas características. Por ejemplo, uno de los grandes hándicaps que presentan los niños/as superdotados es que frecuentemente sienten que no les entienden y se sienten “raros”. Pues bien, para los padres es importante la asistencia a talleres donde les expliquemos estas y otras cuestiones ligadas a la superdotación.

Por último es importante hacerse cargo de las dificultades que a nivel social les puede suponer el tema y así es frecuente que puedan tener diferencias con sus compañeros de clase, dados los distintos intereses que pueden presentar y las diferencias precoces que se pueden observar. Esto se puede traducir desde la falta de amigos hasta tenerlos pero pocos. Algo también que me encuentro frecuentemente con algunos adolescentes superdotados es que sus padres se quejan de que no salen o de que apenas tienen amigos. Y la cuestión es que durante años lo que han hecho, puesto que también son bastante selectivos, es que mantienen dos o tres amigos y piensan que ya les sobra, por lo que no sienten ninguna necesidad de relacionarse a mayor escala. Aquí nuevamente hay que apelar a la idea de intervenir cuanto antes y el mejor recurso sin duda es el taller de habilidades sociales donde les ayudamos a mejorarlas junto a compañeros y compañeras de su misma edad. Me gustaría incidir en la idea, a mi juicio equivocada, de que los niños superdotados no tienen empatía o cosas por el estilo. En realidad sí pueden tener en ocasiones una alta sensibilidad social pero pronto aprenden a detectar diferencias que muchas veces perciben como rechazo o incomprensión por parte de los demás y desarrollan cierta protección, lo que supone un alejamiento progresivo de las relaciones sociales convencionales, más allá de los que identifican como ellos/as, con quienes sí se suelen relacionar más y mejor. Hay que devolverles y entrenarles en el uso de estrategias sociales eficaces y adaptativas para que se puedan relacionar con éxito y así puedan tener un desarrollo adecuado y positivo.

 

Será una etapa en la que nos tenemos que encargar de que sean felices, tengan éxito y se preparen para su futuro desarrollo profesional en el que las empresas también se tendrán que hacer cargo de las necesidades que puedan tener y de lo que de ellos puedan esperar, que resulta ser altamente interesante.

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¿Por qué nos preocupamos las mamás?

Por Sandra Méndez

Tener un hijo no es fácil, y quien diga lo contrario, una de dos: o se engaña a sí misma o todavía no ha pasado por la apasionante y agotadora tarea de ser madre.

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Son muchos los cambios que implica en nuestras vidas, desde la distribución de la casa, hasta la agenda del día, pasando por la organización de las comidas. Pero no debemos olvidar que, además de ser una gran responsabilidad, supone un gran cambio en nuestras prioridades. Dejamos de ocuparnos de nosotras mismas (o al menos como solíamos hacer antes) para empezar a dedicarnos a tiempo completo de un nuevo, curioso y dependiente animalillo al que se le da muy bien hacer ruiditos con todo lo que se le ocurre.

Ser mamá supone una transformación tan extraordinaria que modifica nuestro cerebro incluso antes del parto. Según un estudio científico sobre células madre y el vínculo de apego en el cerebro de la mujer, dirigido por la doctora López Moratalla, catedrática de Bioquímica de la Universidad de Navarra, la fuerte inclinación que siente la madre hacia el cuidado y protección del bebé podría tener una explicación biológica. Nuestro cerebro cambia para dar respuesta a las necesidades del pequeño y el vínculo de apego se refuerza más tarde gracias a la liberación de oxitocina (la llamada hormona de la confianza) que se produce en el parto y durante la lactancia.

Vivimos en un tiempo en el que la baja por maternidad la experimentamos como un periodo en el que nos sentimos obligadas a alcanzar unos objetivos concretos o, de lo contrario, es probable que terminemos sintiéndonos culpables al pensar que no hemos dado la talla, por mucho amor e ilusión que hayamos ido sembrando en el camino. Aunque parece que la figura del padre comienza a estar menos ausente en estas primeras etapas del desarrollo del niño, todavía sigue siendo una asignatura pendiente. Aquí entra en juego la interminable batalla por la conciliación laboral y familiar, un difícil equilibrio que algo tendrá que ver con el preocupante descenso de la natalidad en España.

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Hoy en día, tal y como están las cosas, tener un hijo ha acabado por convertirse en un lujo que muchas no podemos permitirnos si ello conlleva la posibilidad de perder nuestro estatus profesional, algo que quizás no preocupe ya tanto a las trabajadoras de Apple y Facebook.

Lo que sí nos sigue preocupando a las madres (y mucho) es no dedicar a nuestros hijos el tiempo que deseamos o consideramos necesario, especialmente en sus primeros tres años de vida. Parece que nunca nos es suficiente.

Y no solo eso.

Además queremos que el tiempo que pasamos con ellos sea de calidad, sin gritos, sin peleas ni rabietas. Deseamos hacerles felices por encima de todo. Este ingrediente batido y bien mezclado con un chorrito de poco tiempo acaba convirtiéndose en el cóctel perfecto para darles o dejarles hacer todo lo que quieren. No debemos confundir la permisividad con la felicidad. Si queremos que nos sigan respetando y obedeciendo según vayan creciendo, debemos establecer normas y límites acordes a su edad. De esta forma aprenderán a valorar más las cosas que les rodean.

Otro aspecto que suele quitarnos el sueño y mantenernos en guardia es la salud y el bienestar de nuestro hijo, la posibilidad de que enferme, de que no coma o duerma bien, o de que le ocurra algo desagradable. Son miedos que nos acompañan de manera natural y biológica; sin embargo, no podemos obsesionarnos con ellos y dejar que se conviertan en irracionales. No obstante, mucho me temo que esta preocupación (en dosis moderadas) que viaja en nuestros genes de manera incansable no tenga la intención de abandonarnos jamás.

Por otro lado y considerando el panorama económico mundial, no es de extrañar que el dinero, o mejor dicho la falta del mismo, haya pasado a ser una de las principales preocupaciones de las madres y familias de todo el mundo. Sin embargo, y exceptuando aquellos casos extremos (que desgraciadamente existen) no podemos caer en la trampa de justificar todo debido a la precariedad. Si bien es cierto que tener más dinero equivale a tener más oportunidades, afortunadamente educar con amor y respeto sigue siendo gratis.

Como vemos, ser madre se convierte en una ardua tarea en la que nos exigimos (y peor aún, nos exigen) para ayer.

Permíteme un consejo: cambia de gafas, deja las que te hacen ver con facilidad tus errores por aquellas que te enseñan a valorar más tus logros, que no son pocos.

Publicado en: Blog de Gomins, Familia

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Cómo ayudar a los niños a aceptar la decepción

Consejos para que los niños puedan superar una desilusión

Por Aroa Caminero

La vida está llena de altibajos y desde muy pequeños, los niños también sufren pequeñas decepciones en su vida diaria: el columpio del parque está ocupado, un amiguito no quiere compartir sus juguetes, un puzzle que no le sale, haber perdido en un juego, etc…

La decepción es un sentimiento normal que surge cuando las cosas no ocurren como nos gustarían y que forma parte del proceso de aprendizaje y de desarrollo de las personas. Por ello, para su correcto desarrollo emocional, es imprescindible que dejemos que los niños experimenten el sentimiento de frustración desde pequeños para que aprendan a ser capaces de manejar las decepciones que sufrirán el resto de su vida.

Cómo enseñara los niños a aceptar la decepción

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Para que los niños aprendan a aceptar cuanto antes la decepción, podemos llevar a cabo las siguientes pautas básicas:

Ayúdales a establecer expectativas realistas, ya que no es bueno dejar que se hagan ilusiones sobre cosas que no estamos seguros de sí ocurrirán de la forma que desean: ‘puede que tu amiguito Carlos no te deje el muñeco ahora aunque se lo pidas por favor’.

Enséñale a reconocer la decepción y a aceptarla. Explícale que es algo normal que nos sintamos mal cuando algo no sale como nos gustaría, diciéndole cosas como: ‘es normal que te moleste que Carlos no te deje el muñeco porque llevabas toda la tarde esperando para jugar con él’.

Sugiérele posibles soluciones alternativas. Es importante que vea que cuando las cosas no ocurren como quiere, hay otras opciones: ‘que te parece si mientras Carlos juega con el muñeco,tú juegas a tirarte por el tobogán’.

– Hazle ver el lado positivo de la situación. De prácticamente todas las decepciones se aprende y podemos entrenarles desde pequeños a que saquen la parte positiva de ellas: ‘¿lo ves?, aunque no has jugado con el muñeco te lo has pasado genial en el tobogán y te has hecho amiguito del niño que estaba allí’.

– No permitas que la decepción se convierta en una rabieta. Los niños tienen que aprender a controlar su frustración de un modo progresivo, así que cuando descarguen su decepción en forma de ataque de ira o de pataleta, les retiraremos toda nuestra atención para que aprendan que así no consiguen nada.

Refuérzale mucho cuando acepte de forma adecuada una decepción. Este será un momento perfecto para darle muchos abrazos y mimos y para hacerle mucho caso.

Aprende a gestionar adecuadamente tus propias desilusiones delante de los niños. La principal fuente de aprendizaje de los niños son los modelos adultos y tienden a copiar su comportamiento, tanto el positivo como el negativo.

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Cuando los niños no quieren hablar

Por Aroa Caminero

Qué es el Mutismo selectivo en los niños

Podemos definir el mutismo selectivo como la dificultad que presentan algunos niños y niñas cuando tienen que comunicarse verbalmente en situaciones que son poco familiares para ellos o cuando tienen que hacerlo con personas poco conocidas.

Los niños con mutismo selectivo tienen una capacidad lingüística y comunicativa adecuada para su edad, pero limitan su comunicación oral a personas muy íntimas y a situaciones muy específicas. Es decir, que en estos niños las dificultades para comunicarse no se deben a trastornos del lenguaje ni a cualquier otro trastorno del desarrollo, sino que el mutismo es una estrategia aprendida para evitar situaciones en las que tienen que hablar y que les generan ansiedad. Por ello, suelen compensar utilizando medios de comunicación alternativos como cuchichear al oído, hacer gestos, muecas, sacudidas de cabeza, empujar para pedir algo…

Por qué se produce el mutismo selectivo en los niños

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En la aparición y desarrollo del mutismo selectivo influyen distintas variables como:

Variables propias del niño: timidez, retraimiento social, dependencia, vulnerabilidad a la ansiedad, falta de habilidades sociales, etc.

Variables ambientales relacionadas con el contexto del niño: estilo educativo sobreprotector o autoritario de los padres, bajo nivel de sociabilidad o aislamiento familiar, apego excesivo de la madre, inadecuados modelos de relación interpersonal, experiencias sociales traumáticas, perfeccionismo familiar o escolar, etc.

Todas estas variables aumentan la probabilidad de padecer el mutismo, pero el trastorno suele desencadenarse cuando hay en la vida del niño un acontecimiento vital estresante, apareciendo especialmente con el inicio de la escolarización.

Por qué se mantiene el mutismo selectivo en los niños

Una vez que aparece el problema del mutismo selectivo, el trastorno se mantiene en el tiempo debido fundamentalmente a dos condiciones:

– A que estos niños suelen tener un exceso de atención por parte de los adultos que le rodean, así como un exceso de protección o acomodación a la forma alternativa en que se comunican, lo que refuerza el mutismo.

– Por otro lado, los otros niños suelen retirarles completamente la atención, lo que provoca que se reduzcan las interacciones con iguales, agravando la situación de aislamiento social.

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Como ayudar a los niños que dejan de hablar

Por Aroa Caminero

Consejos para tratar a los niños con mutismo selectivo

Hay niños que de repente dejan de hablar, de un día para otro. Sin aparentes razones. A este trastorno se le conoce como Mutismo selectivo. Suele suceder cuando el niño quiere huir de una situación o de personas que le generan etrés o ansiedad.

En el caso de que esto ocurra, ¿qué pueden hacer los padres para ayudarle? Aquí tienes algunos consejos para ayudar a tu hijo a que vuelva a hablar y pierda todos sus miedos.

Cómo ayudar a los niños que se niegan a hablar

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Los niños y niñas con mutismo selectivo suelen mostrar un elevado nivel de sufrimiento emocional y presentan problemas de adaptación importantes a nivel personal, académico y sobre todo a nivel social. Por ello, es importante que les ayudemos a superarlo. Así, debemos:

1. Evitar actitudes de sobreprotección: no justificar al niño ante los demás, no expresarle comprensión ni insistirle o presionarle para que responda. Así sólo dedicamos un exceso de atención al problema y reforzamos el mutismo.

2. Evitar actuaciones que puedan mantener el comportamiento del niño: no dar por válidas respuestas gestuales, no darle la posibilidad de responder de otra forma no verbal, no permitir que otros pidan cosas por él, etc.

3.No amenazarle con consecuencias negativas como castigarle, decirle que va a repetir curso… No compararle con hermanos, compañeros u otros niños.

4. Enseñar al niño formas adecuadas de iniciar y mantener interacciones verbales con otros: cómo saludar, como pedir jugar, cómo acercarse…

5. Planificar situaciones sociales en las que estén presentes las personas con las que habla el niño habitualmente y personas con las que no, hasta conseguir que poco a poco hable con ellos.

6. Reforzar el círculo de amigos que tiene el niño y ampliarlo, aumentando también el control del adulto sobre las interacciones del niño con sus iguales para evitar que se quede aislado.

7. Ayudarle a integrarse progresivamente con otras personas: por ejemplo, podemos acercarnos con el niño a un grupo de otros niños y jugamos con ellos un rato hasta que el niño se integre y luego, nos vamos retirando poco a poco.

8. Ayudarle a soltarse realizando actividades de habla enmascarada: hacer juegos en los que haya que hablar pero sin que se le vea la cara como títeres, marionetas, hablar por teléfono dentro de una casita, juegos de hablar al oído…

9. Reforzar positivamente las aproximaciones verbales del niño hacia otras personas (tanto niños como adultos): le felicitamos por hacerlo, le comentamos las ventajas de jugar con otros niños y de tener amigos…

10. Buscar ayuda profesional lo antes posible para evitar la prolongación del problema y para realizar una completa evaluación del caso y diseñar el mejor programa de tratamiento para cada niño.

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Cuándo dejar elegir a los niños

Por Aroa Caminero

Cada niño es una personita distinta y única desde su nacimiento. En el desarrollo de su propia personalidad, los factores hereditarios tienen un gran peso y definirán en gran medida la forma de ser de los niños, así como sus gustos, intereses y preferencias, aunque el ambiente que le rodea y en especial, las acciones educativas que reciba también serán determinantes durante su desarrollo.

Cuándo dejar que elijan los niños por sí mismos

Es muy importante que permitamos a los niños desde pequeños cierta autonomía y libertad para expresarse cómo son y para tomar pequeñas decisiones en el día a día, ya que así les demostramos que les tenemos en cuenta y que somos sensibles a sus necesidades e intereses y estamos favoreciendo al mismo tiempo su capacidad de aprendizaje y toma de decisiones, así como el desarrollo de su identidad personal y su autoestima.

Sin embargo, para ayudarles a desarrollarse plenamente y alcanzar todos los recursos que faciliten su crecimiento y aprendizaje personal, también serán imprescindibles las normas y los límites ya que, los niños no tienen el suficiente desarrollo cognitivo como para decidir todavía lo más adecuado para ellos, y además, aprender a cumplir las normas y ajustarse a ellas aumenta su capacidad de autocontrol y de posponer la satisfacción inmediata de sus deseos, mejorando su tolerancia a la frustración.

Por ello, una fórmula para encontrar un equilibrio entre ambos factores consistiría en dejarles elegir siempre entre varias opciones limitadas que hayan establecido los padres. Otra opción que puede resultar, es darles la libertad de elegir en ‘ocasiones especiales’ premiándoles por ejemplo, por haber mostrado una buena conducta durante el día o durante la semana.

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Ejemplos de cuándo dejar a los niños elegir

1. Con la ropa: Podemos darles a elegir entre dos opciones cerradas, por ejemplo: ¿prefieres el peto vaquero o el vestido rojo?. O dejarles elegir el vestuario del domingo (dentro de un orden) si han tenido un buen comportamiento durante la semana.

2. Con la comida: los padres son los que tienen que decidir qué alimentos se comen y cuándo se sirven. Sin embargo, no es necesario obligar al niño a comer judías verdes si prefiere otras verduras similares que sí acepta. En otros momentos puntuales como puede ser en el cumpleaños de un amiguito, se le puede dejar más margen de decisión, permitiéndole escoger entre sándwiches, gusanitos, chucherías, tarta… aunque siempre dentro de los límites marcados por el adulto.

3. Con las rutinas: Dentro de las rutinas diarias, puede haber cierta negociación en aquellas que no sean transcendentales. Por ejemplo, podemos dejarles decidir entre una ducha (si ya son más mayores) o un baño. Sin embargo, habrá otros aspectos que no son negociables, como por ejemplo, no ver la televisión mientras comemos para no distraernos.

4. Con los juguetes y el tiempo de ocio: cuando vamos a comprar un juguete para un niño podemos permitirle elegir el que más le gusta, pero será importante limitarle las opciones para asegurarnos que es acorde y apropiado a la edad y características del niño. En el tiempo de ocio, los niños podrán escoger jugar a lo que ellos quieran, pero no podrán elegir la duración del tiempo de juego ni el momento de juego, siendo lo ideal que el ocio siga a la realización de las “obligaciones” del niño (por ejemplo, jugar después de hacer las fichas escolares) y no al revés.

5.  Con los aprendizajes: los niños están aprendiendo continuamente desde el nacimiento con la estimulación cotidiana, especialmente a través juego. Sin embargo, hay determinados aprendizajes, como los escolares, cuyo trabajo explícito no se adquieren. Por ello, los niños pueden elegir qué hacer en su tiempo de ocio (jugar, pintar, dibujar, etc) ya que esto favorece enormemente su desarrollo cognitivo, pero la realización de las fichas y actividades escolares tiene que ser obligatoria.

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Cómo ayudar a los niños a superar el egoísmo

Por Aroa Caminero

Es normal que los niños muestren conductas egoístas en la infancia. Los más pequeños suelen querer satisfacer sus deseos y necesidades sin tener en cuenta a los demás.

Aunque el egoísmo forma parte del curso normal del desarrollo infantil, desde fases tempranas los adultos podemos empezar a favorecer las conductas cooperativas y prosociales con los demás.

Cómo educar a los niños para que no sean egoistas

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– Los adultos debemos servir de modelo. Debemos demostrar a los niños que compartir con los demás nos enriquece y que disfrutamos con ello.

– Podemos enumerar con ellos las ventajas que tiene el compartir con los demás, sin olvidar en la lista el hecho de que si nosotros compartimos, tendremos más posibilidades de que los demás también compartan con nosotros.

– Antes de los tres años, los niños no tienen la capacidad para entender el concepto de compartir, por lo que no tiene sentido obligarles a hacerlo. Sin embargo, sí debemos favorecer en la medida de lo posible los juegos cooperativos y reforzaremos (por ejemplo, con un halago o una sonrisa) cualquier conducta cooperativa espontánea.

– Enseñarles a diferenciar que hay cosas que son suyas y cosas que son de todos y que por tanto  habrá ocasiones en que deben compartir aunque no quieran, para que entiendan que no pueden disponer de todo aquello que se le antojey que los demás también tienen derecho a utilizar ciertas cosas. En estos casos en que compartir sea algo obligado, es necesario mantenerse firmes y no ceder ante las posibles rabietas o pataletas que presenten.

– Permitirles tener algún juguete ‘especial’, que nunca le obligaremos a prestar a los demás, ya que todos, incluso los adultos, tenemos pertenencias que nunca compartimos con otras personas. Así, cuando sepas que va a encontrarse en alguna situación en la que sería bueno que comparta, preguntale explícitamente qué juguete quiere llevarse para compartir con otros niños, es decir, preguntale cuál no le importa prestar a los demás para quele cueste menos llevar a cabo este tipo de conductas.

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Pautas para fomentar la felicidad de nuestros hijos (I)

Por Silvia Álava

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La felicidad de los niños depende de los siguientes parámetros, según los estudios de la Dra. Sonja Lyubomirsky, autora de “La Ciencia de la Felicidad”, el 50% se debe a factores genéticos, un 10% a las circunstancias vividas, y el 40% a la actividad emocional. Partiendo de estos datos, podemos plantear la hipótesis de cómo, pese a unas circunstancias difíciles y de la carga genética, todavía nos queda un 40% de margen, el correspondiente a la actividad emocional que podemos aprender a controlar.

Sólo un 10% de la felicidad depende de las circunstancias externas, y aunque la capacidad para ser feliz es algo innato, está en nuestra mano incrementarla. Poseemos un increíble potencial de mejora de la dicha y el bienestar, que depende exclusivamente de nuestros actos y pensamientos, y podemos trabajar con los niños para que aprendan a ser más felices desde pequeños.

Dependiendo de la edad del niños cambiaran sus gustos y sus preferencias a la hora de cómo prefieren pasar su rato de ocio y  el tiempo libre y cambian las cosas que les hacen felices. Pero lo que tenemos clarísimo que hace felices a los niños desde muy pequeños es favorecer su correcto desarrollo personal, su correcta autonomía y autoestima… dejándole que juegue, pero a la vez que se responsabilice de sus cosas… que los padres no les involucren en temas que no le conciernen por su edad. Es bueno que se hagan responsables, pero de las cosas que pueden asumir, no por ejemplo de problemas familiares o de pareja. No ver discutir a sus padres, y sobre todo sentirse atendidos y queridos.

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Pautas para fomentar la felicidad de nuestros hijos (II)

Por Silvia Álava

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Los padres pueden ayudar a incrementar la felicidad actual de sus hijos y lograr que sean unos adultos felices.

Aquí tenemos algunas pautas a seguir:

  • Enseñemos a los niños a no dar nada por supuesto y a que aprendan a decir GRACIAS. La gratitud es uno de los mayores predictores de la felicidad. Si aprendemos a ser agradecidos incrementaremos nuestra felicidad.
  • Ser amables. Realizar cosas por los demás es otro de los factores que se ha estudiado como precursor de la felicidad. Para que esto nos funcione, todo lo que hagamos por los demás hay que hacerlo sin esperar nada a cambio, y sin vivirlo como una obligación.
  • Centrándonos en lo positivo. Aunque es necesario corregir los errores de hijos, eso no implica machacar innecesariamente la autoestima. Por eso siempre debemos decirles lo que hicieron bien.
  • No etiquetar: No cometamos el error de “etiquetar” a los niños, por ejemplo “eres malo” como si el ser malo fuese algo inherente en el niño y que no se puede cambiar, de esta forma sólo conseguiremos que el niño se habitúe al adjetivo y que lo viva como “yo soy así, y por tanto no lo voy a cambiar”. Podemos establecer como alternativa: Te estás portando mal, porque no estás obedeciendo, estás gritando… se trata de focalizar más hacia lo que está haciendo mal el niño, no caer en generalidades ni etiquetas.
  • No dramatizar: cuanto antes comencemos a educar a los niños para que le den a las cosas su justo valor, mejor diferenciarán y aprenderán a distinguir las cosas  realmente importantes de la vida y evitaremos que sufran inútilmente.
  •  No sobreprotejamos a los niños, si favorecemos su correcto desarrollo y autonomía, incrementaremos su seguridad y su  felicidad. Los niños se sienten bien y les gusta poder “hacer cosas de mayores”, y ganarse las cosas por ellos mismos.

Enseñemos a los niños a que aprendan a controlar y a regular sus emociones, favorezcamos el correcto desarrollo de su Inteligencia Emocional.

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Claves para evitar peleas entre hermanos (II)

Por Silvia Álava

 

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Los hermanos tienen que aprender a estar juntos y a no pelearse, les quedan muchos años de convivencia, así que cuanto antes aprendan mejor. Los padres pueden favorecer ese aprendizaje. Así les tendremos que explicar que no se pueden pelear, y que tienen que  aprender a arreglar las cosas ellos solos.

Ante una pelea, los padres estableceremos el momento de entrar en escena cuando empiecen a gritar, a pegarse o a insultar, pero ahí no hay que intentar saber qué es lo que ha pasado, pues de esa forma entramos a formar parte de su pelea, y lo que lograríamos sería seguir con la misma actitud pero con un actor más. Debemos decirles, que como habíamos quedado que no se peleaba, ya no queremos saber que ha pasado y que les vamos a separar un ratito (el tiempo dependerá de la edad de los niños, con los más pequeños, cinco minutos pueden bastar), porque nos han demostrado que no saben estar juntos. Cuando hayan pasado los cinco minutos establecidos, les dejamos que reinicien el juego o la actividad que estaban realizando, para darles la oportunidad de volver a portarse bien y estar juntos.

¿Se debe castigar a los hijos cuando se pelean?

Si previamente hemos observado la conducta de nuestros hijos y qué es lo que la motiva, nos daremos cuenta de que en ocasiones los niños van buscando llamar nuestra atención, aunque sea de forma negativa, que el adulto se pare, deje lo que está haciendo y conseguir atención extra. Es por eso que en estos casos lo mejor es utilizar la extinción de este comportamiento a través del refuerzo. Entre los psicólogos, consideramos «refuerzo» a cualquier consecuencia positiva, y ojo, no nos equivoquemos con premios materiales, el mejor refuerzo para los niños, es la atención de sus padres. Se trata de aprender a reforzarles cuando estén realizando las conductas que queremos instaurar, en este caso, cuando no estén peleando…Debemos estar con ellos y reforzarles y premiarles mientras juegan juntos tranquilamente, comparten sus cosas y, en definitiva, se porten bien. Por el contrario no les prestaremos más atención cuando se empiecen a pelear o  insultar, pues estas conductas son las que queremos que desaparezcan (esto es lo que se llama extinción).

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